En Familia
Queridas familias:
Hemos dedicado los primeros números de nuestra revista a profundizar en algunos aspectos relacionados con la vocación de los hijos que derivan directamente de vuestra vida matrimonial y familiar: los hijos y su vocación son un don de Dios, a Él debemos ofrecérselos “afectiva y efectivamente” y con Él debemos colaborar -respetando sus tiempos- para que descubran y sigan su voluntad. Ahora, queremos ayudaros a reflexionar en torno a vuestra labor irrenunciable como “primeros y principales educadores de los hijos” (Cfr. Documento Gravissimum educationis, sobre la educación cristiana, del Concilio Vaticano II, 3). El papa Francisco nos lo recordaba hace poco: “La educación de los hijos debe estar marcada por un camino de transmisión de la fe, que se dificulta por el estilo de vida actual, por los horarios de trabajo, por la complejidad del mundo de hoy donde muchos llevan un ritmo frenético para poder sobrevivir. Sin embargo, el hogar debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo.”. (Francisco. Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 287).
Nosotros, como el Papa, también somos conscientes de que esta labor no es fácil. Pero, a la vez, no queremos que perdáis de vista que se trata de una tarea apasionante en la que, por otra parte, no estáis solos: las comunidades cristianas -y el seminario lo es- están llamadas a ofreceros su apoyo en vuestra misión educativa (Cfr. Catequesis del papa Francisco, 20 de mayo de 2015).
Si leemos en detalle las palabras del Santo Padre, nos damos cuenta de que esta apasionante labor se concreta en tres tareas: ser transmisores de la fe, especialmente durante su iniciación cristiana –“el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de la fe”-, ser ejemplo de oración –“a rezar”– y ser escuela de virtudes –“a servir al prójimo”. Serán estas las que centren nuestra atención a lo largo de los próximos meses. Pero, aunque lo lógico sería comenzar hablando de la transmisión de la fe, nos ha parecido más apropiado para profundizar en el discernimiento vocacional reflexionar primero sobre la oración, porque “solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial e insuficiente. Así está realmente disponible para acoger una llamada que rompe las seguridades pero que lo lleva a una vida mejor”. (Francisco. Exhortación Apostólica Christus Vivit. 284)
La Sagrada Familia y el ejemplo de los padres
Seguramente te hayas preguntado muchas veces: ¿cómo puedo enseñar a mi hijo a rezar? ¿cómo introducirle en una verdadera vida de oración? ¿qué necesita para escuchar la voz de Dios?… El papa san Pablo VI, tal vez intuyendo todas estas inquietudes, expresaba su deseo de hacerse pequeño para aprender a tratar con el Señor en la “escuela” de la Sagrada Familia de Nazaret: “¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!” (San Pablo VI, Alocución en Nazaret, 5 de enero de 1964). Y es que no hay mejor modelo que el de la Sagrada Familia para aprender a rezar e introducir a nuestros hijos en una auténtica vida de oración que haga posible la escucha y la respuesta a la llamada de Dios.
En lo humano, el mismo Jesús aprendió todo esto de sus Padres. La vida de aquel hogar de Nazaret estuvo siempre entretejida de silencio, oración y escucha serena de la Palabra de Dios, tal y como nos relatan los evangelios cuando nos dicen que María “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19) o que José recibió en sueños la visita del ángel del Señor, al que respondió siempre inmediata y escrupulosamente (Mt 1, 18-25; Mt 2, 13-23). Además, la intimidad orante de la Sagrada Familia también tenía sus manifestaciones públicas cuando se trataba de cumplir lo que prescribía la ley: la presentación en el templo de Jerusalén, las peregrinaciones en las grandes fiestas… No es de extrañar, por ello, que Jesús, durante su infancia y adolescencia, percibiera en María y José que no hay nada más importante que este trato personal con Dios. “¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49).
Este modelo de la Sagrada Familia de Nazaret se ha repetido infinitamente a lo largo de la historia en la vida de los santos. Son muchos los hijos que han descubierto el sentido y la importancia de la oración viendo rezar a sus padres, y han puesto los cimientos de su santidad sobre esta oración sencilla, perseverante y sincera que aprendieron de ellos. San Agustín, san Juan Bosco, santa Teresa de Lisieux… Los testimonios son incontables. Baste como muestra lo que nos contaba san Juan Pablo II acerca de su padre: “Podía observar cotidianamente su vida, que era muy austera. Era militar de profesión y, cuando enviudó, su vida fue de constante oración. Sucedía a veces que me despertaba de noche y encontraba a mi padre arrodillado, igual que lo veía siempre en la iglesia parroquial. Entre nosotros no se hablaba de vocación al sacerdocio, pero su ejemplo fue para mí en cierto modo el primer seminario, una especie de seminario doméstico”. (San Juan Pablo II, Don y misterio)
Es decisivo, por tanto, que vuestros hijos descubran en vosotros auténticos modelos de oración, dignos de ser imitados (cfr. FC 60). Que os vean rezar solos y que admiren cómo ponéis el día a día de vuestro matrimonio en las manos de Dios en la oración conyugal (cfr. AL 320). En definitiva, que encuentren en vosotros un testimonio cercano, fiable y cotidiano de que es realmente importante -y hasta imprescindible- tratar cada día con el Señor. El Papa así os lo pide: “es fundamental que los hijos vean de una manera concreta que para sus padres la oración es realmente importante. Por eso los momentos de oración en familia y las expresiones de la piedad popular pueden tener mayor fuerza evangelizadora que todas las catequesis y que todos los discursos”. (Francisco. Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. 288).
Oración en familia y oración personal
El ejemplo orante de los padres suele convertirse en experiencia personal para los hijos por medio de la oración en familia (cfr. FC 59). En ella, los hijos -especialmente los más pequeños- empiezan a vivir en primera persona lo que significa el trato íntimo con el Señor: le presentan sus peticiones, le alaban, le dan gracias, le piden perdón y escuchan su Palabra, a la vez que hacen suyas las oraciones de toda la familia (cfr. AL 318). Santa Teresita nos cuenta cuánto le ayudó aquella experiencia de oración en familia cuando no era más que una niña pequeña: “¿Y qué decir de las veladas de invierno, sobre todo las de los domingos? ¡Cómo me gustaba sentarme con Celina, después de la partida de damas, en el regazo de papá…! Con su hermosa voz, cantaba tonadas que llenaban el alma de pensamientos profundos…, o bien, meciéndonos dulcemente, recitaba poesías impregnadas de las verdades eternas. Luego subíamos para rezar las oraciones en común, y la reinecita (habla así de ella misma) se ponía solita junto a su rey (su padre), y no tenía más que mirarlo para saber cómo rezan los santos…”. (Santa Teresa de Lisieux, Manuscrito A 18vº).
No obstante, esta oración familiar no es suficiente. Reclama un paso más. Es preciso que los hijos tengan cada día momentos de silencio interior, que vayan aprendiendo a tratar con el Señor personalmente y a solas, que conozcan su lenguaje, que sepan descubrir e interpretar sus signos. “La educación en la fe sabe adaptarse a cada hijo, porque los recursos aprendidos o las recetas a veces no funcionan. Los niños necesitan símbolos, gestos, narraciones. Los adolescentes suelen entrar en crisis con la autoridad y con las normas, por lo cual conviene estimular sus propias experiencias de fe y ofrecerles testimonios luminosos que se impongan por su sola belleza. Los padres que quieren acompañar la fe de sus hijos están atentos a sus cambios, porque saben que la experiencia espiritual no se impone, sino que se propone a su libertad. (Francisco. Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. 288). Es aquí –tal y como explica el papa Francisco- donde la misión de los padres para con los hijos se vuelve especialmente delicada, pues, a la vez que les procuran los medios necesarios para la oración según la edad y el desarrollo de cada uno, han de saber respetar el espacio sagrado de su intimidad con Dios. Proponer sin imponer. Animar sin agobiar. Saber esperar con paciencia. En síntesis, ayudarles para que, en esa etapa tan decisiva de su vida, tengan experiencia personal de Dios y no se mantengan solo “de la fe de sus padres”. Solo así podrán escuchar la voz de Dios -incluso siendo niños pequeños- y responder libre y generosamente a su plan de santidad para con ellos: “Hoy la ansiedad y la velocidad de tantos estímulos que nos bombardean hacen que no quede lugar para ese silencio interior donde se percibe la mirada de Jesús y se escucha su llamada (…) Busca esos espacios de calma y de silencio que te permitan reflexionar, orar, mirar mejor el mundo que te rodea, y entonces sí, con Jesús podrás reconocer cuál es tu vocación en esta tierra”. (Francisco. Exhortación Apostólica Christus Vivit. 277).
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«¿Puede un niño pequeño tener vocación?… ¿puede tener ya las cosas claras?… ¿no es demasiado pronto?…» Álvaro García-Lajara García-Arroba, seminarista de 2º de Bachillerato, nos responde. Entra y hablamos… ¡ESTÁS EN CASA!
En breve
Y el próximo 10 de enero, tercer vídeo de la serie: “¿Cómo sé si mi hijo tiene vocación?”
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