En Familia
Queridas familias:
El día del bautismo de vuestro hijo, un sacerdote, en nombre de Cristo, os preguntó: “Al pedir el bautismo para vuestro hijo, ¿sabéis que os obligáis a educarlo en la fe para que, guardando los mandamientos de Dios, ame al Señor y al prójimo como Cristo nos enseña en el Evangelio?”. Con vuestra repuesta, a buen seguro contundente –“¡Sí, lo sabemos!”-, manifestabais ser conscientes del inmenso don que Dios os confiaba en vuestros hijos (sus hijos), a la vez que asumíais con humildad la irrenunciable tarea de ser para ellos transmisores de la fe, especialmente durante su iniciación cristiana. Esta labor debía hacerse vida por vuestra parte, siendo modelos de oración y de virtud en lo cotidiano -ya hemos reflexionado en torno a estas cuestiones en los meses anteriores-. Pues bien, como nos decía nuestro ya arzobispo emérito don Braulio, la iniciación cristiana no es completa si no lleva a la pregunta: “Señor, ¿qué quieres de mí? ¿qué lugar deseas que ocupe en la Iglesia?” (cfr. Directorio Diocesano para la Iniciación Cristiana, 147)
“La iniciación cristiana es el itinerario que lleva a la madurez en la fe”
En efecto, la iniciación cristiana es un camino de seguimiento de Cristo, que nace del encuentro personal con Él. Bien es cierto que el testimonio de quienes están cerca suele marcar el inicio de este camino, como sucede con los primeros discípulos (Cfr. Jn 1, 35-51). Sin embargo, sabemos que la madurez no se alcanza si solo hablamos de oídas, de lo que los demás nos han enseñado o transmitido, o si nos limitamos con “cumplir con esa fe” que intentamos sostener a duras penas en nuestros hijos. Es preciso dar una respuesta personal al Señor, quien se dirige a nosotros como aquellos primeros discípulos: “y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16, 15). Este proceso, que se realiza en la iniciación cristiana, pone de manifiesto que la iniciativa es de Dios. Es Él el que regala el don de la fe a vuestro hijo, haciéndolo hijo suyo. Es Él quien toma la iniciativa, y lo llama a ir tras Él. Sin embargo, cuenta con vuestra ayuda, con vuestro testimonio; cuenta con que hagáis “resonar el kerygma a tiempo y a destiempo, para que ilumine el camino” (Francisco. Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. 290). Cuenta, en definitiva, con vuestra ayuda porque “sois instrumentos de Dios para su maduración y desarrollo” (Francisco. Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. 287).
La iniciación cristiana, iniciación a la vida de fe
Ahora bien, vuestra ayuda no consiste únicamente en trasmitir contenidos, pues la iniciación cristiana “no puede quedar en el nivel teórico, sino que es toda una iniciación a la vida” (cfr. Directorio Diocesano para la Iniciación Cristiana, 147). Es necesario un acompañamiento personal, que le ayude a hacer vida lo aprendido de modo que pueda dar una respuesta personal a Cristo. Es precisamente esta respuesta personal la que les permite descubrir delante del Señor su identidad, y su propia misión. Tal es el caso de San Pedro: solo cuando expresa su fe personal en Cristo le es revelada su identidad y misión: “Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18)
No obstante, esta tarea no es exclusivamente vuestra. Si así fuera, se correría el riesgo de convertiros “en seres omnipotentes para sus (vuestros) hijos, que sólo puedan confiar en ellos (vosotros)” y esto impediría “un adecuado proceso de socialización y de maduración afectiva. Para hacer efectiva esa prolongación de la paternidad en una realidad más amplia, «las comunidades cristianas están llamadas a ofrecer su apoyo a la misión educativa de las familias», de manera particular a través de la catequesis de iniciación” (Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 279). En este sentido contamos con la inestimable ayuda de catequistas y educadores cristianos que son también colaboradores de Dios, pues favorecen que vuestros hijos puedan “crecer como adultos maduros que pueden ver el mundo a través de la mirada de amor de Jesús y comprender la vida como una llamada a servir a Dios” (Francisco. Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 279). Confiar en estas personas no supone descuidar vuestra misión educativa, sino más bien al contrario, gracias a este apoyo la fe adquiere la amplitud necesaria para una correcta maduración. Por eso, hemos de estar muy agradecidos. Esta es la experiencia de Santa Celia Martín, que reconoce estar llena de alegría por la buena preparación de una de sus hijas en el momento de recibir su primera comunión, gracias entre otros al capellán, fuertemente implicado en la formación de su hija: “Estoy contentísima de que María, a pesar de su tierna edad, haya hecho la primera comunión. ¡Qué bien preparada estaba! Parecía una santita. El capellán me ha dicho que estaba muy contento con ella y le ha dado el primer premio de catecismo” (Carta de santa Celia a su cuñada. 11 de julio de 1869).
¿Qué quieres de mí? La meta de la iniciación cristiana: vivir con sentido
Cuando la iniciación cristiana se ha realizado íntegramente y de manera satisfactoria, como hemos ido describiendo, el creyente queda “capacitado para vivir cristianamente de forma adulta y responder a la propia vocación” (cfr. Directorio Diocesano para la Iniciación Cristiana, 147), o dicho con otras palabras: su vida adquiere sentido. Los padres de santa Teresita lo tenían claro: la verdadera vida cristiana se construye con la esperanza del cielo y del seguimiento de la propia vocación. No hay verdadera vida cristiana si no hay verdadera respuesta a la llamada de Dios. De ahí el lamento de san Luis Martín ante la falta de fe de un amigo, que vive también sin esperanza: “Es tan triste, para quien tiene fe, ver a un buen chico como Mathey y a tantos otros vivir sin pena ni gloria y sin preocuparse por lo que les espera…”. (Carta de San Luis Martín a uno de sus amigos de juventud, el Sr. Nogrix. Año 1883). Ayudemos, por tanto a nuestros hijos, a dar sentido a sus vidas, a vivir como discípulos de Cristo con la esperanza de alcanzar el cielo, a encontrar el lugar que Dios les ha preparado en su Iglesia, a preguntarle al Señor ¿Qué quieres de mí? Solo así su iniciación cristiana habrá llegado a su meta y vosotros padres habréis educado y transmitido la fe a vuestros hijos con éxito.
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