En Familia

Queridas familias:

Hace ya tres años que el papa nos dirigía una preciosa carta para avivar en todas las familias la alegría del amor. Muchas son las perlas que podemos encontrar en ella. Este mes queremos sacar a relucir tan solo una…: “No somos dueños del don, sino sus administradores cuidadosos” (Amoris Laetitia, 287).

¿De quién viene este don? ¿Por qué no somos dueños? ¿cómo, entonces, ser cuidadosos administradores?

A primera vista la respuesta puede parecer sencilla y sabida por todos, pero queremos invitaros a profundizar en la realidad de este don, o mejor, dones con los que Dios bendice a vuestras familias.

1.- Familia, eres don de Dios para el mundo actual

Sí, sois un auténtico don de Dios para nuestro mundo, que está olvidando lo que es el amor. En vosotros se refleja el amor que Cristo tiene a su Iglesia. ¿Dónde si no puede el mundo aprender a amar de modo plenamente humano y total? ¿dónde va a encontrar un amor fiel y exclusivo? ¿cómo va a imaginar un amor capaz de dar vida? Esta es la misión que Dios os ha encomendado: anunciar al mundo la verdad de la familia tal y como Él la ha pensado desde toda la eternidad y ser fermento de humanidad en un mundo que insiste en deshumanizarse. ¡Es una misión apasionante!

No obstante, puede parecer una tarea complicada, que nos desborda completamente, y ciertamente lo es. Pero es que no se trata de una obra humana, sino de la obra de Dios. Él es el dueño, no nosotros. Y este es precisamente el motivo que nos permite comprender que solo somos pobres administradores de este precioso don. Entonces, ¿qué hacer?, ¿cómo responder?… Dando el lugar que se merece a Dios en nuestra familia. Solo así seremos don para el mundo. 

No es extraño, por otra parte, que nos asalte la tentación de preferir una vida más fácil, más escondida, más tranquila; que prefiramos la vida de otros. Ante esta tentación, los padres de santa Teresita respondieron siempre con una mirada sobrenatural sobre su familia, comprendiendo que Dios se la había confiado para mostrar al mundo su santidad. Así lo escribía en una ocasión santa Celia a su hermano: A veces me pongo a lamentarme de no haber hecho lo que ella (se refiere a su hermana religiosa), pero inmediatamente me digo: «Entonces no habría tenido a mis cuatro hijitas y a mi encantador Pepín… Es mucho mejor estarme sufriendo donde estoy y tenerlos a ellos aquí. Con tal de llegar yo al paraíso con mi querido Luis y de verlos a todos ellos allí mucho mejor situados que yo, seré feliz así. No pido más» (Carta de Santa Celia a su hermano. 23 de diciembre de 1866)

2.- Esposos, vuestro amor es don de Dios para vuestros hijos

El cimiento sobre el que se asienta vuestra familia no es otro que el amor, pero no un amor cualquiera, sino el amor conyugal. Este amor pudo ser inicialmente algo puramente natural, sin embargo, en la medida que fuisteis construyendo vuestra familia según el plan de Dios, fue recibiendo una fuerza que sobrepasa lo natural. Quedó sin duda transformado en el sacramento del matrimonio. He ahí la base de la comunidad que ahora formáis, vuestra familia. Es la vivencia de este amor, lo que permite a vuestros hijos entender y abrirse a un Dios que ama, que es Padre, y a relacionarse con Él como hijos salvados y amados. Esta increíble fuerza está en vosotros, pero no es vuestra, es de Dios, y por ello hemos de cuidarla y mimarla, especialmente estando abiertos y buscando la fuente de este amor, es decir, pasando largos ratos con quien sabemos nos ama, de modo que cada día sea más viva la experiencia de este amor divino que me salva y me enciende en deseos de redención y de santidad.

3.- Hijos, sois don de Dios, ¡sus hijos!

También vuestros hijos son un don de Dios. Son fruto de un doble acto de amor: han sido amados personalmente por Dios, y son corona de vuestro amor esponsal. Toda familia cristiana ha de estar abierta a la vida, que tiene su origen en Dios. Los hijos no son un derecho que me corresponda, ni mucho menos una posesión, son una bendición de Dios a vuestro amor, y por eso, don suyo. Él los ha pensado y los ha querido libres. ¡No interfiramos en la obra creadora de Dios! ¡No les privemos de la libertad, don precioso de los hijos de Dios! 

Pero, ¿cómo cuidar este don? Ofreciéndolos a Dios y colaborando en su crecimiento y maduración personal, muy especialmente favoreciendo esta relación personal con Dios, su Padre. 

En síntesis: la posesión mata, sólo el acto de ofrenda da vida.

4.- ¡El plan de Dios para cada uno de vosotros es también un don!

Si la vida de los hijos es recibida como un don, también ha de serlo su vocación. Ciertamente los padres podéis tener grandes “sueños” sobre vuestros hijos y en ello empleáis vuestro tiempo, vuestras fuerzas. ¡Cuántos desvelos con tal de ofrecerles la mejor educación y labrarles un futuro exitoso! Pero, ¿y el “sueño” de Dios? ¿No habéis pensado que Él, desde toda la eternidad, eligió a vuestros hijos para metas más altas que las que vosotros podéis imaginar?

En efecto, Dios ya tiene un plan concreto de santidad para vuestro hijo. Un don, este, que también debéis administrar cuidadosamente. ¿Qué hacer entonces? ¿cómo colaborar en este “sueño” que no es el vuestro? Con tres sencillos pasos. En primer lugar, ofrecer al Señor nuestros hijos, para que pueda realizar su plan en ellos. En segundo lugar, ser ejemplo de oración y virtud para nuestros hijos, de modo que aprendan a escuchar y discernir la voz divina. Finalmente, vivir como un don nuestra propia vocación matrimonial. Sólo así viviremos en una constante acción de gracias a Dios por nuestra vocación y por la de nuestros hijos. Esta es la experiencia de San Luis Martin: Quiero deciros, queridas hijas, que me siento obligado a dar gracias y a hacer que deis gracias a Dios, pues siento que nuestra familia, aunque sea humilde, tiene el honor de pertenecer al número de los privilegiados de nuestro adorable Creador. (Carta de San Luis Martin a sus hijas, todas ellas religiosas. 1888)