En Familia
Queridas familias:
El pasado mes comenzábamos a reflexionar acerca de la irrenunciable tarea de la educación de vuestros hijos, resaltando en primer lugar hasta qué punto resulta decisivo que os convirtáis para ellos en auténticos modelos de oración, dignos de ser imitados. En vuestras manos está enseñarlos a rezar y no hay mejor modo de hacerlo que desde el ejemplo vivido en familia. Pero, si esta vida de oración es imprescindible para ayudar a vuestros hijos a descubrir su vocación, no lo es menos la vida virtuosa. Oración y virtud han de ir siempre de la mano, y en esto último, también los padres debéis ser verdadero ejemplo para los vuestros.
Educar en la virtud, ser “formadores de santos”
“¿Estáis dispuestos a seguir la llamada de Cristo a través del sacramento del matrimonio, para ser procreadores de nuevas vidas, formadores de nuevos peregrinos hacia la ciudad celeste?” (Juan Pablo II, Discurso en la vigilia de oración de la JMJ de Santiago 1989). Muchos de vosotros recordaréis estas palabras de san Juan Pablo II en el Monte del Gozo, durante la preciosa vigilia de oración de la Jornada Mundial de la Juventud en Santiago de Compostela, el año 1989. Con ellas, el papa os situaba de nuevo ante la pregunta decisiva sobre “qué quiere el Señor de mí”, a la vez que os exhortaba a seguir su llamada por medio del matrimonio y la familia, abrazando así su proyecto de santidad para con vosotros, y convirtiéndoos en custodios de vuestros hijos, llamados también a ser santos.
Es fundamental no perder de vista la meta de nuestra vida, que no es otra que la santidad -la nuestra y la de nuestros hijos-. Cuando esto se tiene claro, entonces no hay dudas sobre la motivación última que ha de impulsar y dirigir todo esfuerzo para adquirir y crecer en la virtud. La madre de Santa Teresita no tenía ninguna duda en este sentido: “Quiero ser santa; no será fácil: hay mucho que desbaratar y el tronco es duro como una piedra. Hubiera sido mejor hacerlo mucho antes, cuando era menos difícil, pero, bueno, más vale tarde que nunca” (Carta de santa Celia a sus hijas María y Paulina, 1 de noviembre de 1873). Tal vez por ello, buscaba siempre y casi de modo espontaneo crecer en virtudes, a la vez que trataba de ayudar a crecer también a sus hijas: “Mientras tanto, queridas hijitas, tenemos que servir a Dios y esforzarnos por estar un día entre el número de los santos cuya fiesta celebramos hoy” (idem).
Una vez más, el testimonio de los santos -que viven siempre con la mirada puesta en el horizonte de la santidad- nos permite reconocer cómo es sobretodo el ejemplo lo que arrastra al hijo, y no tanto una impecable argumentación. Por tanto, si queréis hijos virtuosos, lo primero que debéis procurar es serlo vosotros también.
No obstante, no solo el ejemplo incentiva. También lo hace, y notablemente, la atención personalizada y el reconocimiento de las cosas bien hechas. Y es que, acompañarlos en su esfuerzo por crecer en la virtud, sin imponer, desde la libertad y el modo de ser de cada uno, también implica ayudarlos a reconocer cómo las “semillas de santidad” que Dios puso en ellos van brotando lentamente. ¡Cuánto ayuda al progreso de los hijos la alegría de los padres al verlos afianzarse en el bien y la verdad! Los padres de santa Teresita así lo hacían con sus hijas: “Esta enfermedad es muy larga y mi pobre María tiene que tener mucha paciencia (…) Papá está muy contento de ti y dice que eres muy juiciosa” (Carta de santa Celia a su hija Paulina, abril de 1873)
La familia, primera escuela de virtudes
La familia es el lugar por excelencia para aprender la virtud, porque en ella encontramos los tres elementos necesarios para que determinados actos vayan construyendo la virtud. Estos actos han de ser conscientes, libres y constantes. ¿Pero cómo se da esto en la familia?
En primer lugar, en la familia los actos son conscientes, porque en muchas ocasiones son fruto del consejo de los padres, que hace tomar conciencia a los hijos de la importancia de determinados comportamientos. El hogar de santa Teresita nos ofrece de nuevo valiosos ejemplos para ayudarnos a comprenderlo: “Espero que María se porte muy bien, y luego, queridas niñas, acostumbraos a hablar bien; me llevaría un gran disgusto si os abandonaseis en esto, como en las pasadas vacaciones, después de pasar tantos años en el colegio” (Carta de santa Celia a sus hijas María y Paulina, 1 de noviembre de 1973)
En segundo lugar, han de ser actos libres y elegidos. Es aquí donde juega un papel primordial el ejemplo de los padres. En muchas ocasiones, la elección del hijo viene motivada por lo que ha visto hacer a sus padres. ¡Qué hermoso descubrir que los hijos no parten de cero en la construcción de este precioso edificio de la virtud, sino desde unos cimientos que no son otra cosa que las elecciones hechas por sus padres!
Por último, se necesita la constancia en la práctica de una virtud. ¿Acaso hay algo más rutinario y constante que el día a día de un hogar? Esta constancia en las buenas acciones es la que hace de ellas un hábito, una costumbre.
No debe sorprendernos, por tanto, que el papa Francisco proponga la familia como la primera escuela de valores. Escuchemos sus palabras: “La familia es la primera escuela de los valores humanos, en la que se aprende el buen uso de la libertad. Hay inclinaciones desarrolladas en la niñez, que impregnan la intimidad de una persona y permanecen toda la vida como una emotividad favorable hacia un valor o como un rechazo espontáneo de determinados comportamientos. Muchas personas actúan toda la vida de una determinada manera porque consideran valioso ese modo de actuar que se incorporó en ellos desde la infancia, como por ósmosis: «A mí me enseñaron así»; «eso es lo que me inculcaron». En el ámbito familiar también se puede aprender a discernir de manera crítica los mensajes de los diversos medios de comunicación. Lamentablemente, muchas veces algunos programas televisivos o ciertas formas de publicidad inciden negativamente y debilitan valores recibidos en la vida familiar”. (Francisco. Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. 274)
Educar la virtud, garantía de una respuesta libre
Esta tarea de la educación en las virtudes, que tiene como meta la santidad y que encuentra su primera y primordial escuela en la familia, ha de desembocar irremediablemente en una respuesta libre y generosa de los hijos a la voluntad de Dios. El que es virtuoso es libre, y el que es libre está capacitado para discernir sin ataduras y responder sin condiciones. El papa Francisco lo explicaba recientemente en su carta sobre los jóvenes y el discernimiento: “La vida virtuosa, por lo tanto, construye la libertad, la fortalece y la educa, evitando que la persona se vuelva esclava de sus inclinaciones”. (Francisco. Exhortación Apostólica Christus Vivit, 267)
Para terminar, os proponemos acudir a la Sagrada Escritura, al libro de Tobías, donde encontraréis un ejemplo elocuente de una educación eficaz en la virtud que capacita para el discernimiento. Os servirá, además, para llevar nuestra reflexión a la oración.
Los primeros capítulos nos permiten observar cómo el hijo, Tobías, aprende del ejemplo de su padre Tobit (cfr. Tob 2,2.4), cómo escucha atentamente sus consejos (cfr. Tob 4) y, lo más importante, cómo trata de ponerlos en práctica. Sin embargo, lo que la historia de Tobías resalta aún más es que este crecimiento en virtudes vivido en el día a día de la familia hace posible el discernimiento de la vocación y, lo que es aún más importante, le capacita para una respuesta libre. En efecto, al salir de su casa, Tobías se enterará de lo que les ha pasado a los siete maridos anteriores de Sara y se llenará de temor ante la posibilidad de que le ocurra a él algo parecido (cfr. Tob 6,14-15). Sin embargo, las palabras del arcángel Rafael le ayudarán a recordar la enseñanza de su padre (cfr. Tob 6,16-18), que le clarifican y fortalecen en su decisión de tomar a Sara por esposa: “Tobías, teniendo en cuenta lo que decía Rafael y que Sara era pariente suya, de la familia de su padre, se enamoró intensamente de ella.” (Tob 6,19).
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«¿Cómo sé si mi hijo tiene vocación?… ¿cómo entender los «indicios» de Dios?…». Sonia Escobar, madre de un seminarista de 4º de ESO, nos da unos consejos para afrontar esta tarea apasionante. Bienvenido… ESTÁS EN CASA!
En breve
Y el próximo 10 de febrero, un nuevo vídeo de nuestra serie: “¿Cuáles son los obstáculos para el discernimiento?”